Vida nueva de Dante

Con la colaboración de Antonio Decinti  (decinti.art)

Santa Magdalena de Nagasaki

Con la colaboración de David Conejo
Instagram

Santo Rosario

Lucis Custos

Con la colaboración de David Conejo (Instagram)Antonio Decinti  (decinti.art) 

Una imagen cercana al corazón del Papa

El motivo representado en la obra se inspira en las palabras que el Papa Francisco pronunció durante su viaje apostólico a Filipinas el 16 de enero de 2015. En esa ocasión, el Pontífice dijo sentirse interpelado por la figura de San José, hombre fuerte de silencio, quien cuida de la Iglesia como hiciera con la Sagrada Familia, incluso cuando duerme.
La imagen de San José durmiente proviene, a su vez, del relato evangélico de San Mateo, quien narra la experiencia de José al recibir mensajes de Dios en cuatro sueños distintos (la exhortación a recibir a María, la advertencia de huir a Egipto, la indicación de volver a Nazaret y la orden de volver a Galilea y no a Judea).
El Santo Padre también ha recalcado que “esos preciosos momentos de reposo, de descansar con el Señor en oración, son momentos que quizás deseamos prolongar. Pero como San José, una vez que hemos escuchado la voz de Dios, debemos levantarnos de nuestro sueño; debemos levantarnos y actuar”.

El título y algunos elementos simbólicos

El título de la obra, en lengua latina, contiene algunos matices que no es posible expresar en el idioma español, que en este caso traduciría el título como Custodio de la Luz. En efecto, la lengua latina permite posicionar en primer lugar la palabra lucis, en referencia a Cristo, luz que ilumina a todo hombre, con lo cual se da la primacía a Él, que en último término es el verdadero protagonista de la escena.
Por otra parte, el término latino custos es ambivalente; se usa tanto para el masculino como para el femenino. Por ello, el custos en esta escena no es solo San José, figura central de la composición, sino también María, quien aparece discretamente de pie en un extremo del cuadro, asomando sus manos mientras sostiene una vela encendida. De este modo, tanto José como María pueden ser llamados con propiedad custodio de la Luz: ambos velaron en la tierra por Cristo, luz del mundo, y velan desde el cielo por la Iglesia, en su misión de mantener encendida entre los hombres la llama de la fe. La originalidad de esta composición es que no representa ninguno de los cuatro sueños mencionados en San Mateo, sino que muestra a San José durmiente en la cotidianidad de la vida familiar en Nazaret, lo cual sugiere la continuidad de su comunicación con Dios a través de los sueños, más allá de cuanto podemos conocer a través de los evangelios.
Otros elementos incluidos en la escena son el fuego en el brasero, símbolo del calor del hogar y el amor de la familia; las herramientas de carpintería, como recuerdo del trabajo y el esfuerzo cotidiano bendecido por Dios, y el báculo florido de San José, en alusión a su pureza de corazón y la guía que con su intercesión obtiene de Dios para la Iglesia.

Una obra sinodal

El 56º Capítulo General de la Orden de Agustinos Recoletos ha querido ofrecer al Santo Padre Francisco, con ocasión de su IX aniversario de Pontificado, un presente que tuviese en cuenta el espíritu sinodal que, junto a otros aspectos clave para la vida de la Iglesia, ha sido una impronta de su Magisterio.
Para ello se ha encomendado a los artistas Alejandro y Antonio Decinti, laicos, y David Conejo, sacerdote agustino recoleto, la realización de una pintura cuyo proceso creativo estuviese basado en tres elementos primordiales: la oración, el diálogo y el trabajo común.
De esta forma se ha logrado dar rostro a esta obra; un rostro humano y paterno; el rostro de San José, esposo de María y padre adoptivo del Redentor. Una figura significativa para el Santo Padre, quien dio inicio a su Ministerio como Sucesor de Pedro en la solemnidad de San José del año 2013; y también entrañable para los Agustinos Recoletos, quienes aclaman al santo como Patrono y Protector.

Texto de David Conejo Ramírez


Vía pulchritudinis

Conclusión

Proponer la via pulchritudinis como camino de evangelizazion y de diálogo, implica partir de una pregunta apremiante, a veces latente, pero siempre presente en el corazón del hombre: ¿Qué es la belleza?, para llevar a todos los hombres de buena voluntad en los que, de modo invisible, actúa la gracia hacia el hombre prefecto, que es «imagen del Dios invisible» (Col. 1,15)[52].

Esta pregunta se remonta al alba de los tiempos, como si el hombre buscase desesperadamente, tras la caída original, ese mundo de belleza que había quedado lejos de su alcance. La pregunta atraviesa la historia bajo múltiples formas y el gran número de obras, fruto de belleza en todas las civilizaciones, no logra apagar su sed.

Pilatos plantea a Cristo la cuestión de la verdad. Cristo no responde; o mejor, su respuesta es el silencio: esa verdad no se dice, sino que se une sin palabras a la parte más íntima del ser. Jesús se había revelado a sus discípulos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Ahora calla. Poco después, mostrará el camino de verdad que lleva a la Cruz, misterio de sabiduría. Pilatos no comprende, sino que misteriosamente, ofrece la respuesta a su pregunta «¿Qué es la verdad?», cuando ante el pueblo exclama: «He aquí al hombre», es decir, a Cristo, que es la verdad.

Si la belleza es el esplendor de la verdad, entonces nuestra pregunta se vincula a la de Pilato y la respuesta es idéntica: Jesús mismo es la Belleza. Él se manifiesta, desde el Tabor a la Cruz, para iluminar el misterio del hombre desfigurado por el pecado, pero purificado y recreado por el Amor redentor. Jesús no es un camino entre otros muchos, una verdad entre otras, una belleza entre otras. Él tampoco propone un camino entre otros muchos: Él es la vía que conduce a la verdad viva que da la vida. Jesús, belleza suprema, esplendor de Verdad, es la fuente de toda belleza, porque en cuanto Verbo de Dios hecho carne, es la manifestación del Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9).

El culmen, el arquetipo de la belleza se manifiesta en el rostro del Hijo del hombre crucificado en la cruz dolorosa, revelación del amor infinito de dios que, en su misericordia hacia sus criaturas, restaura la belleza perdida a causa del pecado original. «La belleza salvará el mundo», porque esta belleza es Cristo, la única belleza que desafía el mal y triunfa sobre la muerte. Por amor, el «más bello de los hijos de los hombres» se hizo «varón de dolores», «sin apariencia ni belleza que atraiga nuestra mirada» (Is 53, 2), y de este modo ha devuelvo al hombre, a todo hombre, plenamente su belleza, su dignidad y su verdadera grandeza. En Cristo y sólo en Él, nuestra via crucis se trasforma en via lucis y en via pulchritudinis.

La Iglesia del tercer milenio busca continuamente esta belleza en el encuentro con su Señor y, con Él, en el diálogo de amor de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. En el corazón de las culturas, para responder a sus angustias, a sus gozos y esperanzas, no deja de afirmar con el Papa Benedicto XVI:

quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada —absolutamente nada— de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.

LA VIA PULCHRITUDINIS, CAMINO DE EVANGELIZACIÓN Y DE DIÁLOGO
CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA
ASAMBLEA PLENARIA 2004
DOCUMENTO FINAL