Por Raúl Alonso Sáez.
Historiador del Arte.
Subdirección General de Museos Estatales
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Gobierno de España

¿Qué hace a un artista elegir un tema u otro? Esta cuestión me lleva a reflexionar acerca de la pintura de Alejandro Decinti, ya no desde un punto de vista técnico, pues su valía con los pinceles está sobradamente contrastada, sino sobre su dialéctica, entendida según la interpretación benjaminiana (1) en la que el lenguaje ha supuesto inequívocamente que la consciencia no sea un instrumento para explorar el pasado, sino su escenario. La lectura dialéctica de las primeras obras de Alejandro Decinti en Chinchón nos pone en relación con lo telúrico y lo humano, apenas insinuado, pero presente. La piedra, el barro y las plantas, conviven con una mano anónima que enciende el fogón de una cocina, unas piernas que se enfrentan a un televisor mientras los niños hacen sus tareas en una estancia posterior, con una luz y un aire velazqueño, similar al de las primeras composiciones del maestro sevillano. Alejandro Decinti ha decidido subvertir las leyes de la narración clásica y dar la primacía visual a un asunto aparentemente banal, relegando al fondo la escena principal de la composición.
Los patios y objetos tirados por el suelo nos remiten al oficio de pintor, los útiles de trabajo, los trapos y rodillos, los cubos llenos de pinceles y por fin el fregadero azul, una obra cargada de texturas fácilmente diferenciables, que nos abre una puerta a otro universo, más urbano y quizá máscaótico que se va asomando poco a poco a los lienzos de Decinti.
Las calles de Madrid serán el hilo argumental de este segundo acto, llenas de gente o vacías, con la única presencia de los seres queridos. Incorpora símbolos y elementos del imaginario social.
La barra del bar nos retrotrae nuevamente a la pintura de los grandes maestros. Los bares madrileños son el nuevo Folies Bergère, sustituimos el champagne por un castizo botellín de Mahou y el espejo por una enigmática ventana en la que se apoya un personaje, una vez más será ese pequeño asunto el que atraiga nuestra atención, en ese juego de escenas al que nos tiene acostumbrado Decinti.
La familia y los seres queridos tendrán siempre una importante cuota de protagonismo en las narrativas del artista, su presencia aumentará o disminuirá dependiendo de múltiples circunstancias, pero nunca desaparecerá. Estas obras son ventanas de honestidad hacia un espacio íntimo, a veces esbozado, pero en ocasiones descrito con pormenorización.
Los grandes dípticos nos introducen a la perfección en este episodio. La familia durmiendo, Toño y Alma mirándonos de frente o el fantástico sueño de Alma, todos con una pincelada suelta y diluida que se contrapone a la factura empastada de los rostros. Los cuerpos se abandonan, en ocasiones presentan una estructura laxa, casi descuidada, con actitudes más próximas a lo lánguido que a lo enérgico.
Una obra despierta mi atención por encima de las demás, la titulada Torero muerto, un nuevo guiño, en este caso, a los maestros del XIX. L’Homme mort de Édouard Manet es el pretexto de una obra en la que Toño aparece recostado, acaso muerto, en un violento escorzo que evoca al Cristo morto de Andrea Mantegna. En este caso, Decinti regresa a las maniobras de ámbitos, tan presentes en su obra. A diferencia del lienzo de Manet, mutilado por unos prejuicios que se demostraron infundados, Decinti nos muestra la composición completa, con una escena principal que carece de sentido sin los asuntos que se intuyen en el plano posterior, dos cabezas de toros, apenas esbozadas, que culminan a la perfección la dialéctica de la obra.
En Pecho de niña, una obra de 2007, las manos adquieren protagonismo y nos sirven de bisagra para el siguiente episodio temático. Sin duda se trata de un apéndice compositivo del acto anterior; seres queridos o con una indudable vinculación afectiva con el artista aparecen en los lienzos, pero sus actitudes ya no serán las mismas, ¿dónde quedaron las miradas de complacencia y las posturas indolentes?
Los personajes ahora nos transmiten fuerza y energía. Las manos se rebelan, se adueñan de las composiciones y nos interpelan con fuerza. El retrato de Lubo es posiblemente la obra con más firmeza de la serie. Los brazos poderosos, resueltos con las pinceladas justas y con una economía de medios magistral, se apropian de la obra de un modo rotundo.
El apartado dedicado a arte, historia y sociedad evidencia una relación con elementos hasta entonces desatendidos por él, como son las fuentes históricas y literarias.
Especialmente interesante resulta la obra Zuzanna y los viejos, inspirada en el relato bíblico del Libro de Daniel, que trata un asunto tristemente actual, en el que dos ancianos, al verse rechazados por una joven, testifican falsamente en su contra y la llevan a juicio. La mujer es maltratada, humillada y convertida en objeto. Decinti interpreta a la perfección el relato y lo trae al siglo XXI, con un tratamiento enormemente acertado de la composición. Me quedo con el cruce de miradas entre la joven y el anciano. La pequeña pincelada blanca que ilumina la esclerótica del anciano aporta carga expresiva a la obra y dota a la mirada de una intensidad descontrolada.
Las reflexiones sobre el retrato de la Condesa de Chinchón de Goya participan de las mismas inquietudes. La retratada, una mujer de triste y trágica biografía, está representada agredida por unas manos que la amordazan y cubren sus ojos. Un ejercicio de planos superpuestos dota a la composición de un aire onírico e irreal. Las narrativas cruzadas vuelven a aparecer de un modo diferente pero evidente.
El ciclo Nave de Necios, inspirado en el texto de 1494 La nave de los Locos o de los necios (Stultifera Navis), en el que Sebastian Brant critica los vicios de su época a partir de la denuncia de distintos tipos de necedad o estupidez, está cargado de teatralidad. Alejandro Decinti explora su vertiente más dramática y agitada; cuerpos entrelazados, rostros desencajados y composiciones irreales definen esta serie. Nuevamente reconocemos el rostro de sus personas más próximas, familia y amigos, como protagonistas involuntarios de las obras.
Intrigante y evocadora resulta la escena de la persecución de Pan a la ninfa Syrinx, en el momento preciso en el que, acorralada y ayudada por sus hermanas es convertida en un cañaveral.
Recuerda a la magnífica escultura Apolo y Dafne de Bernini, en la que Apolo persigue a la ninfa Dafne, mientras sus brazos se transforman en laurel para que el dios no la pueda tomar como esposa. La composición, posiblemente la más próxima al ideal clásico de las diagonales barrocas, es dinámica e inestable y la narración es escrupulosamente fiel al original latino de Ovidio del siglo I.
Precisamente serán la Metamorfosis de Ovidio las que marquen las líneas maestras de las últimas obras presentadas. Agitada y pasional es la Andrómeda, encadenada junto a la orilla del mar, liberada por un Perseo, apenas intuido por dos brazos vigorosos que sostienen a la hija de Cefeo y Casiopea. Compositivamente nos recuerda a las crucifixiones barrocas, como una Santa Librada radicalmente contemporánea.
No quiero dejar pasar las diferentes versiones del Rapto de Europa, más contenidas y sensuales que el resto de escenas del conjunto. Zeus, bajo la apariencia de un toro ensabanado, de facciones nobles, se lanza al mar con la bella princesa Europa en su grupa que, auxiliados por los vientos, avanzan por las aguas marinas. Decinti se percata del detalle y, mediante un tul vaporoso, ayuda al espectador a entender el papel de las brisas marinas en el apresurado viaje.
Alejandro Decinti nos invita a un viaje, un recorrido de carácter casi iniciático que empieza en la tierra y termina en las fábulas mitológicas. El camino está inacabado porque sabemos cuál es el origen, pero ni siquiera insinuamos dónde se encontrará el final. La dialéctica ha sido coherente, nadie podrá acusar al pintor de falta de honestidad, pero siempre nos quedará sin respuesta la pregunta que abría estas reflexiones ¿qué hace a un artista elegir un tema u otro?
Decinti nos ofrece valiosas pistas en sus obras, algunas de lectura obvia y otras no tanto, pero todas ellas necesarias y consistentes. Siento que el artista se vacía en cada obra y eso me reconcilia con la creación actual, enferma de banalidad y cargada de superficialidad.

1 “Crónica de Berlín”, en Walter Benjamin. Escritos Autobiográficos, Madrid, Alianza, 1996.

Madrid 2016